
Cum
Maria contemplemur Christi vultum!
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Oh María, Tú que has
recorrido el Camino de la Cruz junto con Tu Hijo, quebrantada por el
dolor en Tu Corazón de Madre, pero recordando siempre el "fiat" e
íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible
cumpliría sus promesas.
Suplica para nosotros y
para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en
el Amor de Dios.
Haz que ante el sufrimiento, el
rechazo y la prueba, por dura y larga que sea, jamás dudemos de su
Amor. A Jesús, tu Hijo,
todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Edición
383
EL SANTO NOMBRE DE MARÍA
12 de septiembre de 2008
LA EXALTACIÓN DE LA SANTA
CRUZ
14 de septiembre de 2008

MARÍA EN EL MISTERIO DE LA
CRUZ Y DE LA RESURRECCIÓN
15 de septiembre de 2008


Soy todo tuyo y todas mis cosas Te
pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo.
Amen.



NUESTRA
SEÑORA DE LOS DOLORES
15 de
septiembre
de
2008
Nuestra Señora a Santa
Brígida
"Miro a todos
los que viven en el mundo para ver si hay quien se compadezca de
Mí y medite mi dolor, mas hallo poquísimos que piensen en mi
tribulación y padecimientos. Por eso tú, hija mía, no te olvides
de Mí que soy olvidada y menospreciada por muchos. Mira mi dolor e
imítame en lo que pudieres. Considera mis angustias y mis lágrimas
y duélete de que sean tan pocos los amigos de Dios."
LOS 7
DOLORES
DE LA VIRGEN MARÍA
1.LA
PROFECÍA DE SIMEÓN EN LA PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS EN EL
TEMPLO.
Lucas 2: 25-35.
2.LA
HUÍDA A EGIPTO CON JESÚS Y JOSÉ.
Mateo 2:
13-15.
3.EL
NIÑO JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO.
Lucas
2: 41-50.
4,EL
ENCUENTRO DE MARIA CON CRISTO EN EL CAMINO DEL CALVARIO .
Via Crucis -
IV Estación.
5.LA
CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE JESÚS
Juan
19: 25-30.
6.JESÚS ES DESCENDIDO DE LA CRUZ Y DESCANSA EN EL REGAZO
DE SU MADRE.
Marcos 15, 42-46
7JESÚS ES COLOCADO EN EL
SEPULCRO LA SOLEDAD DE LA VIRGEN MARIA
Juan 19, 38-42
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Querido/a Suscriptor/a de
"El Camino de María"
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Según costumbre de los judíos,
ocho días después del nacimiento de la Virgen, sus padres le
impusieron el nombre de María. La liturgia, que ha fijado
algunos días después de la Navidad la fiesta del Santo Nombre de
Jesús, ha querido instituir también la fiesta del Santo
Nombre de María algunos días después de su Natividad.
El nombre hebreo de María, en
latín Domina, significa Señora o Soberana;
y eso es Ella en realidad por la autoridad misma de su Hijo,
soberano Señor de todo el universo. Gocémonos en llamar a María
Nuestra Señora, como llamamos a Jesús Nuestro Señor; pronunciar
su Nombre es afirmar su poder, implorar su ayuda y ponernos bajo
su maternal protección
En su libro "Las Glorias de
María", San Alfonso María de Ligorio escribe: "Aprovechemos
siempre el hermoso consejo de San Bernardo: "En los
peligros, en las angustias, en las dudas, invoca a María. Que no
se te caiga de los labios, que no se te quite del corazón".
En todos los peligros de perder la gracia divina, pensemos en
María, invoquemos a María junto con el nombre de Jesús, que
siempre han de ir estos nombres inseparablemente unidos. No se
aparten jamás de nuestro corazón y de nuestros labios estos
nombres tan dulces y poderosos, porque estos nombres nos darán
la fuerza para no ceder nunca jamás ante las tentaciones y para
vencerlas todas. Son maravillosas las gracias prometidas por
Jesucristo a los devotos del Nombre de María, como lo dió a
entender a Santa Brígida hablando con su Madre Santísima,
revelándole que "quien invoque el Nombre de María con
confianza y propósito de la enmienda, recibirá estas gracias
especiales: un perfecto dolor de sus pecados, expiarlos cual
conviene, la fortaleza para alcanzar la perfección y al fin la
gloria del paraíso". Porque, añadió el divino Salvador,
"son para mí tan dulces y queridas tus palabras, oh María,
que no puedo negarte lo que me pides."
En suma, llega a decir San Efrén, que el Nombre de María es la
llave que abre la Puerta del Cielo a quien lo invoca con
devoción. Por eso tiene razón San Buenaventura al llamar a María
"salvación de todos los que la invocan", como si fuera lo
mismo invocar el Nombre de María que obtener la salvación
eterna. Por tanto, concluye Tomás de Kempis: "Si buscáis,
hermanos míos, ser consolados en todos vuestros trabajos,
recurrid a María, invocad a María, obsequiad a María,
encomendaos a María. Disfrutad con María, llorad con María,
caminad con María, y con María buscad a Jesús. Finalmente desead
vivir y morir con Jesús y María. Haciéndolo así siempre iréis
adelante en los caminos del Señor, ya que María, gustosa rezará
por vosotros, y el Hijo ciertamente atenderá a la Madre."
INVOCACIONES AL SANTO NOMBRE DE MARÍA
Madre
mía amantísima, en todos los instantes de mi vida,
acuérdate de mí, miserable pecador. Avemaría.
Acueducto
de las divinas gracias, concédeme abundancia de lágrimas
para llorar mis pecados. Avemaría.
Reina
del Cielo y de la tierra, sé mi amparo y defensa en las
tentaciones de mis enemigos. Avemaría.
Inmaculada
hija de Joaquín y Ana, alcánzame de tu Santísimo Hijo las
gracias que necesito para mi salvación. Avemaría.
Abogada
y Refugio de los pecadores, asísteme en el trance de mi
muerte y ábreme las puertas del Cielo. Avemaría.
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Esta semana, además,
la
Iglesia nos presenta dos celebraciones litúrgicas que nos
invitan a realizar una peregrinación espiritual hasta el
Calvario: la
Exaltación de la Santa Cruz y
la
Virgen de los
Dolores.
Ambas celebraciones nos estimulan a unirnos a la
Virgen María en la contemplación del misterio de la Santa
Cruz.
La memoria de la Virgen
de los Dolores nos recuerda los dolores que sufrió la
Madre de Jesús, sobre todo el día de la Pasión y Muerte de su
Hijo, dolores que fueron profetizados por el anciano Simeón,
cuando en el templo de Jerusalén dijo a María que una espada le
traspasaría el corazón. La piedad popular ha representado a la
Virgen Dolorosa con un corazón traspasado por siete
espadas que simbolizan otros tantos dolores de María (hasta hace
pocos años, esta conmemoración se denominaba "Los siete
dolores de la Virgen María"). El tema de los dolores de la
Madre de Jesús ha sido, en el correr de los siglos, fuente de
inspiración para el arte cristiano. Pinturas y esculturas,
poesías y cánticos tienen como motivo los dolores de la Virgen.
Entre ellos sobresale la antífona "Stabat Mater",
que ha inspirado a grandes maestros de la música.
El 14 de septiembre del año 628, el
emperador Heraclio rescató la Santa Cruz de manos de los
Persas, que se la habían robado de Jerusalén. La
Santa Cruz (para evitar nuevos robos) fue partida en
varios pedazos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla,
un tercero se dejó en un hermoso cofre de plata en Jerusalén.
Otro se partió en pequeñísimas astillas para repartirlas en
diversas iglesias del mundo entero, que se llamaron "Veracruz"
(Verdadera Cruz).
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El Siervo de Dios Juan Pablo
II expresó en la meditación antes del rezo del
Ángelus del Domingo 15 de septiembre de 1991:
1."Stabat Mater dolorosa...".
Hoy, 15 de septiembre en el calendario litúrgico se
celebra la memoria de los dolores de la Santísima Virgen
María. Esta fiesta fue precedida por la de la Exaltación de la
Santa Cruz que celebramos ayer.

¡Qué desconcertante
es el misterio de la Cruz! Después de haber meditado
largamente en él San Pablo escribió a los cristianos de
Galacia "En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no
es en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el
mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el
mundo" (Ga 6, 14).
También la Santísima
Virgen podría haber repetido —¡y con mayor verdad!— esas
mismas palabras. Contemplando a su Hijo moribundo en el
Calvario había comprendido que la "gloria" de su maternidad
divina alcanzaba en aquel momento su ápice, participando
directamente en la obra de la Redención. Además, había
comprendido que a partir de aquel momento el dolor humano,
hecho suyo por el Hijo Crucificado, adquiría un valor
inestimable.
2. Hoy, por tanto,
la Virgen de los Dolores, firme junto a la Cruz, con la
elocuencia muda del ejemplo, nos habla del significado del
sufrimiento en el Plan Divino de la Redención.
Ella fue la primera
que supo y quiso participar en el misterio salvífico
"asociándose con entrañas de madre a su sacrificio
consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que
Ella misma había engendrado" (Lumen
gentium
58). Íntimamente enriquecida por
esta experiencia inefable, se acerca a quien sufre, lo toma de
la mano y lo invita a subir con Ella al Calvario y a detenerse
ante el Crucificado.
En aquel cuerpo
martirizado está la única respuesta convincente para
las preguntas que se elevan imperiosamente desde el corazón. Y
con la respuesta se recibe también la fuerza necesaria para
desempeñar el propio papel en la lucha que —como escribí en la
carta apostólica
Salvifici doloris—
opone las fuerzas del bien a las del mal (cf. n. 27). Y
agregué: "Los que participan en los sufrimientos de Cristo
conservan en sus sufrimientos una especialísima partícula del
tesoro infinito de la redención del mundo, y pueden compartir
este tesoro con los demás" (ib.).
3. Pidamos a la
Virgen de los Dolores que alimente en nosotros la firmeza de
la fe y el ardor de la caridad, de forma que llevemos con
valor nuestra cruz cada día (cf. Lc 9, 23) y así
participemos eficazmente en la obra de la redención. "Fac
ut ardeat cor meum", "¡haz que, amando a Cristo, se inflame mi
corazón, para que pueda agradarle!" Amén.
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El Santo Padre Benedicto XVI,
por su parte, expresó en la meditación antes del rezo del
Ángelus del Domingo 11 de septiembre de 2005.:
El próximo
14 de septiembre, celebraremos la fiesta litúrgica de
la Exaltación de la Santa Cruz. En el Año dedicado a la
Eucaristía, esta celebración cobra un significado particular:
nos invita a meditar en el profundo e indisoluble lazo que une
la celebración eucarística con el misterio de la Cruz. Cada
Santa Misa, de hecho, actualiza el sacrificio redentor de
Cristo. Al Gólgota y a la «hora» de la muerte en la Cruz
--escribe el querido Juan Pablo II en la Encíclica
«Ecclesia de Eucharistia»--
«vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa
Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en Ella»
(n. 4). La Eucaristía es por tanto el memorial de todo el
misterio pascual: Pasión, Muerte, Descenso a los infiernos,
Resurrección y Ascensión al Cielo, y la Cruz es la manifestación
impactante del acto de Amor infinito con el que el Hijo de Dios
ha salvado al hombre y al mundo del pecado y de la muerte. Por
este motivo, el signo de la Cruz es el gesto fundamental de la
oración del cristiano. Hacerse el signo de la Cruz es pronunciar
un «sí» visible y público a Quien murió por nosotros y resucitó,
al Dios que en la humildad y debilidad de su Amor es el
Omnipotente, más fuerte que toda la potencia y la inteligencia
del mundo.
Después de la consagración, la asamblea de los fieles,
consciente de estar ante la presencia real de Cristo crucificado
y resucitado, hace esta aclamación: «Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu Resurrección, ¡ven Señor Jesús!». Con los ojos de
la fe la comunidad reconoce a Jesús vivo con los signos de su
Pasión y, junto a Tomás, llena de maravilla, puede repetir:
«Señor mío y Dios mío» (Juan 20, 28). La Eucaristía es misterio
de muerte y de gloria como la Cruz, que no es un incidente en el
camino, sino el pasaje por el que Cristo entró en su gloria y
reconcilió a la humanidad entera, derrotando toda enemistad. Por
este motivo, la liturgia nos invita a implorar con esperanza
confiada: «Mane nobiscum, Domine!» ¡Quédate con nosotros,
Señor, que por tu Santa Cruz has redimido al mundo!
María Santísima, presente en el Calvario ante la Cruz, está
también con la Iglesia y como Madre de la Iglesia, en cada una
de nuestras celebraciones eucarísticas (Cf. encíclica
«Ecclesia de Eucharistia»,
57). Por este motivo, nadie mejor que Ella nos puede enseñar a
comprender y a vivir con fe y amor la Santa Misa, uniéndonos al
sacrificio redentor de Cristo. Cuando recibimos la Santa
Comunión, como María y unidos a Ella, nos abrazamos al madero
que Jesús con su Amor ha transformado en instrumento de
salvación y pronunciamos nuestro «amén», nuestro «sí» al Amor
Crucificado y Resucitado.
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La Santísima Virgen María
manifestó a Santa Brígida (1302-1373) que concedía siete gracias
a quienes diariamente le honrasen considerando sus lágrimas y
dolores y rezando siete Avemarías:
1.Pondré paz en sus familias.
2.Serán iluminados en los Divinos Misterios.
3.Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.
4.Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga a la
voluntad adorable de mi Hijo y a la santificación
de sus almas.
5.Los defenderé en los combates espirituales con el
enemigo infernal, y protegeré en todos los instantes de su
vida.
6.Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte:
verán el rostro de su Madre.
7.He conseguido de mi Divino Hijo que las almas que
propaguen esta devoción a mis lágrimas y dolores sean
trasladadas de esta vida terrenal a la felicidad eterna
directamente, pues serán borrados todos sus pecados, y mi
Hijo y Yo seremos su consolación y alegría.
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"Mis queridos
hermanos y hermanas: Junto a vosotros está siempre Santa María,
como estuvo al pie de la Cruz de Jesús. Acudid a Ella
exponiéndole vuestros dolores. La mano y la mirada maternales de
la Virgen os aliviará y consolará, como sólo Ella sabe hacerlo.
Cuando recéis el Santo Rosario, poned especial acento en aquella
invocación de la letanía: "Salud de los enfermos, ruega por
nosotros". " (Juan Pablo II .Conclusión del Discurso a
los enfermos. Catedral de Córdoba (Argentina) . Miércoles 8 de
abril de 1987).
Pidamos a la María Santísima, en
su advocación de Virgen de los
Dolores, que alimente en nosotros la firmeza de la fe y el ardor
de la caridad, de forma que llevemos con valor nuestra cruz cada
día y así participemos eficazmente en la obra de la redención.
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