ORACIÓN DEL PAPA
FRANCISCO
Plaza España . 8 de
diciembre de 2015
Virgen María, en
este día de fiesta por tu Inmaculada Concepción vengo a
presentarte el homenaje de fe y de amor del pueblo santo de Dios
que vive en esta ciudad y diócesis.
Vengo en nombre
de las familias, con sus alegrías y fatigas; de los niños y de
los jóvenes, abiertos a la vida; de los ancianos, llenos de años
y de experiencia; de modo especial vengo ante Ti de parte de los
enfermos, de los encarcelados, de quienes sienten más difícil el
camino.
Como Pastor vengo también en nombre de cuantos han llegado desde
tierras lejanas en búsqueda de paz y de trabajo.
Bajo tu manto hay lugar para todos, porque Tú eres la Madre de
la Misericordia.
Tu corazón está lleno de ternura hacia todos tus hijos: la
ternura de Dios, que en Ti se ha encarnado y se ha hecho nuestro
hermano, Jesús, Salvador de todo hombre y de toda mujer.
Mirándote, Madre
Inmaculada, reconocemos la victoria de la Divina Misericordia
sobre el pecado y sobre todas sus consecuencias; y se enciende
de nuevo en nosotros la esperanza de una vida mejor, libre de la
esclavitud, rencores y miedos.
Hoy, aquí, en el corazón de Roma, sentimos tu voz de madre que
llama a todos a ponerse en camino hacia esa Puerta, que
representa a Cristo.
Tú dices a todos: «Venid, acercaos confiados; entrad y
recibiréis el don de la Misericordia; no tengáis miedo, no
sintáis vergüenza: el Padre os espera con los brazos abiertos
para daros su perdón y acogeros en su casa.Venid todos a la
fuente de la paz y de la alegría».
Te agradecemos, Madre Inmaculada, porque en este camino de
reconciliación Tú no nos dejas caminar solos, sino que nos
acompañas, estás cerca de nosotros y nos sostienes en toda
dificultad.
Que Tú seas bendita, ahora y siempre, Madre. Amén.
SANTA MARÍA,
MADRE DE DIOS
Audiencia general. 4 de enero de 1984
Queridos hermanos y
hermanas:
Después de
haber centrado la mirada en Jesús durante la fiesta de
Navidad, la Iglesia ha querido fijarla, en el primer día del
año, en María Santísima, para celebrar su maternidad
divina.
Efectivamente,
en la contemplación del misterio de la Encarnación, no se
puede separar al Hijo de Dios de la Madre. Por esto, en la
formulación de su fe, la Iglesia proclama que el Hijo
"por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre".
Cuando en el Concilio de Efeso se aplicó a María el título
de "Theotokos", Madre de Dios, la intención de
los padres del Concilio era garantizar la verdad del
misterio de la Encarnación. Querían afirmar la unidad
personal de Cristo, Dios y hombre, unidad tal, que la
maternidad de María en relación con Jesús, era, por eso
mismo, maternidad en relación con el Hijo de Dios. María
es "Madre de Dios" porque su Hijo es Dios; es madre sólo en
el orden de la generación humana, pero, dado que el Niño que
Ella concibió y dio al mundo, es Dios, debe ser llamada
"Madre de Dios".
La afirmación de la maternidad divina nos ilumina sobre el
sentido de la Encarnación. Demuestra que el Verbo, persona
divina, se ha hecho hombre: se ha hecho hombre gracias al
concurso de una mujer en la obra del Espíritu Santo. Una
mujer ha sido asociada de manera singular al misterio de la
venida del Salvador al mundo. Por mediación de esta mujer,
Jesús se une a las generaciones humanas que precedieron a su
nacimiento. Gracias a María, Él tiene un verdadero
nacimiento y su vida en la tierra comienza de manera
semejante a la de todos los demás hombres. Con su
maternidad, María permite al Hijo de Dios tener -después de
la concepción extraordinaria por obra del Espíritu Santo- un
desarrollo humano y una inserción normal en la sociedad de
los hombres.
2. El título de "Madre de Dios", a la vez que
pone de relieve la humanidad de Jesús en la Encarnación,
llama también la atención sobre la dignidad suprema otorgada
a una criatura. Es comprensible que en la historia de tal
doctrina haya habido un momento en que esta dignidad
encontrara alguna contestación: efectivamente, podía parecer
difícil admitirla, a causa de los abismos vertiginosos sobre
los que se abría. Pero cuando se puso en discusión el título
de "Theotokos", la Iglesia reaccionó inmediatamente
confirmando que debía atribuírsele a María como verdad de
fe. Los que creen en Jesús, que es Dios, no pueden menos de
creer también que María es Madre de Dios.
La dignidad conferida a María muestra desde dónde ha
querido Dios impulsar la reconciliación. En efecto, se
debe recordar que inmediatamente después del pecado
original, Dios anunció su intención de hacer una alianza con
la mujer, de manera que asegurara la victoria sobre el
enemigo del género humano: "Pongo perpetua enemistad
entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te
aplastará la cabeza, y tú le acecharás el calcañal" (Gén 3,
15) Según este oráculo, la mujer estaba destinada a
convertirse en la aliada de Dios para la lucha contra el
demonio. Debía ser la madre del que aplastaría la cabeza del
enemigo. Sin embargo, en la perspectiva profética del
Antiguo Testamento, este descendiente de la mujer, que tenía
que triunfar sobre el espíritu del mal, parecía que no era
sino un hombre.
Aquí interviene la realidad maravillosa de la Encarnación.
El descendiente de la mujer, que realiza el oráculo
profético, no es en absoluto un simple hombre. Es plenamente
hombre, gracias a la mujer de la que es hijo, pero es
también, a la vez, verdadero Dios. La alianza hecha en los
comienzos entre Dios y la mujer adquiere una nueva
dimensión. María entra en esta alianza como la Madre del
Hijo de Dios. Para responder a la imagen de la mujer que
había cometido el pecado, Dios hace surgir una imagen
perfecta de mujer, que recibe una maternidad divina. La
nueva alianza supera con mucho las exigencias de una simple
reconciliación; eleva a la mujer a una altura que nadie
hubiera podido imaginar.
3. Siempre sentimos el asombro de que una mujer haya podido
dar al mundo al que es Dios, que haya recibido la misión de
amamantarlo como cada madre amamanta a su hijo, que haya
preparado al Salvador, con la educación materna, para su
futura actividad. María ha sido plenamente madre y, por
esto, ha sido también una admirable educadora. El hecho,
confirmado por el Evangelio, de que Jesús, en su infancia,
les estaba sujeto (cf. Lc 2, 51), indica que su presencia
materna influyó profundamente en el desarrollo humano del
Hijo de Dios. Es uno de los aspectos más impresionantes del
misterio de la Encarnación.
En la dignidad conferida de modo singularísimo a María, se
manifiesta la dignidad que el misterio del Verbo hecho carne
quiere conferir a toda la humanidad.
Cuando el Hijo de
Dios se abajó para hacerse hombre, semejante a nosotros en
todo, menos en el pecado, elevó la humanidad al nivel de
Dios.
En la reconciliación realizada entre Dios y la
humanidad, Él no quería restablecer simplemente la
integridad y la pureza de la vida humana, herida por el
pecado. Quería comunicar al hombre la vida divina y abrirle
el pleno acceso a la familiaridad con Dios.
De este modo María nos hace comprender la grandeza del
Amor Divino, no sólo para con Ella, sino para con nosotros.
Ella nos introduce en la obra grandiosa, con la que Dios no
se ha limitado a curar a la humanidad de las llagas del
pecado, sino que le ha asignado un destino superior de
íntima unión con Él.
Cuando veneramos a María como
Madre de Dios, reconocemos además la maravillosa
transformación que el Señor ha otorgado a su criatura.
Por esto, cada vez que pronunciamos las palabras: "Santa
María, Madre de Dios", debemos tener ante los ojos de la
mente la perspectiva luminosa del rostro de la humanidad,
cambiado en el Rostro de Cristo.