SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

 

 

 

 

 

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

Solemnidad 

El jueves siguiente a la solemnidad de la santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta, extendida en 1269 por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del altar.

 

EN LA FIESTA DE CORPUS CHRISTI

 

 

 

La Ultima Cena

ADORO TE DEVOTE

Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas
apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente
al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído
para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es
más verdadero que esta Palabra de verdad.
 
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la
Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió
aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que
yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede
a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que
una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria.
Amén.

(Santo Tomás de Aquino, teólogo y cantor apasionado de Cristo Eucarístico)

 

 

 

[Juan Pablo II en oración ante el Santísimo]

 

 

ADORACIÓN EUCARÍSTICA

«Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios» (Jn. 6,69).

Nos presentamos ante Ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos. Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la Última Cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.

AUMENTA NUESTRA FE...

Por medio de Ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro sí unido alTuyo. Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote a Ti, «camino, verdad y vida», queremos penetrar en el aparente «silencio» y «ausencia» de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo» (Mt. 17,5).
Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.

TÚ ERES NUESTRA ESPERANZA...

Nuestra paz, nuestro Mediador, hermano y amigo. Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives «siempre intercediendo por nosotros» (Heb. 7,25).
Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.
Queremos sentir como Tú y valorar las cosas como las valoras Tú. Porque Tú eres el centro, el principio y el fin de todo.
Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos en la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.

QUEREMOS AMAR COMO TÚ...

Que das la vida y te comunicas con todo lo que eres. Quisiéramos decir como San Pablo: «Mi vida es Cristo» (Flp. 1,21). Nuestra vida no tiene sentido sin Ti.
Queremos aprender a «estar con quien sabemos nos ama», porque «con tan buen amigo presente todo se puede sufrir». En Ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración «el amor es el que habla» (Sta. Teresa).
Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.

CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS...

Con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt. 26,38).
Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos «gemidos inenarrables» (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.
En nuestras noches físicas y morales, si Tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.
Aprendiendo este más allá de la ADORACIÓN, estaremos en tu intimidad o «misterio». Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el «misterio» de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a Ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de AMAR y de SERVIR.
Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.
Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos. Amén.

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

 EL SACRAMENTO DE LA CERCANÍA DE DIOS AL HOMBRE

 
 
Queridos hermanos y hermanas:
 
1. "Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium Sanguinisque pretiosi..." (Santo Tomás, Himno de I Vísperas de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo).
 
He aquí que se acerca el día, y prácticamente ya ha comenzado, en el que la Iglesia hablará, por medio de su solemne liturgia, para venerar este misterio, del que ella vive cada día: la Eucaristía. Gloriosi Corporis mysterium Sanguinisque pretiosi. El fundamento y, a la vez, la cumbre (cf. Sacrosanctum Concilium, 10) de la vida de la Iglesia. Su fiesta incesante y, al mismo tiempo, su vida diaria.
 
Cada año, el Jueves Santo, al comienzo del triduo sacro, nos reúne en el Cenáculo, donde celebramos el memorial de la Última Cena. Y éste precisamente sería el día más adecuado a fin de meditar con veneración todo lo que es para la Iglesia la Eucaristía, el sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Pero se ha demostrado en el curso de la historia que este día más adecuado, único, no basta. Está, además, insertado orgánicamente en el conjunto del recuerdo pascual; toda la Pasión, Muerte y Resurrección ocupan entonces nuestros pensamientos y nuestros corazones. No podemos decir, pues, de la Eucaristía todo aquello de lo que están colmados nuestros corazones. Por esto, desde la Edad Media, y precisamente desde 1264, la necesidad de la adoración, al mismo tiempo litúrgica y pública del Santísimo Sacramento ha encontrado su expresión en una solemnidad aparte, que la Iglesia celebra el primer jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, esto es, precisamente mañana, comenzando por las primeras Vísperas del día precedente, es decir, hoy. Deseo que esta meditación nos introduzca en plena atmósfera de la fiesta eucarística.
 
El sacramento de la cercanía de Dios al hombre  
 
2. "Non est alia natio tam grandis, quae habeat deos appropinquantes sibi, sicut Deus noster adest nobis": "No hay nación tan grande, que tenga a sus dioses tan cerca, como nuestro Dios está presente entre nosotros" (Santo Tomás, Officium SS. Corporis Christi, II Nocturni; cf. Opusc. 57).
 
Se puede hablar de varias maneras sobre la Eucaristía. Se ha hablado de diversos modos sobre Ella en el curso de la historia. Es difícil decir algo que no se haya dicho ya. Y, al mismo tiempo, cualquier cosa que se diga, desde cualquier parte que nos acerquemos a este gran misterio de la fe y de la vida de la Iglesia, siempre descubrimos algo nuevo. No porque nuestras palabras revelen esta novedad. La novedad se encuentra en el misterio mismo. Cada tentativa de vivir con Ella en espíritu de fe, comporta nueva luz, nuevo estupor y nueva alegría.   
 
"Y maravillándose de esto el hijo del trueno, y considerando la sublimidad del amor divino (...), exclamaba: 'Tanto amó Dios al mundo (Jn 3, 16)' (...). Dinos, pues, San Juan, ¿en qué sentido tanto? Di la medida, di la grandeza, enséñanos la sublimidad. Dios amó tanto al mundo..." (San Juan Crisóstomo, In cap. Genes. VIII: Homilia XXVII, 1; Opera omnia: PG 4, 241).
 
La Eucaristía nos acerca a Dios de modo estupendo. Y es el sacramento de su cercanía en relación con el hombre. Dios en la Eucaristía es precisamente este Dios que ha querido entrar en la historia del hombre. Ha querido aceptar la humanidad misma. Ha querido hacerse hombre. El sacramento del Cuerpo y de la Sangre nos recuerda continuamente su Divina Humanidad.
 
Cantamos Ave, verum corpus, natum ex Maria Virgine. Y viviendo con la Eucaristía, volvemos a encontrar toda la sencillez y profundidad del misterio de la Encarnación.
 
Es el sacramento del descenso de Dios hacia el hombre, del acercamiento a todo lo que es humano. Es el sacramento de la divina "condescendencia" (cf. San Juan Crisóstomo, In Genes. 3, 8: Homilía XXVII, 1: PG 53, 134). La entrada divina en la realidad humana ha alcanzado su culmen mediante la Pasión y la Muerte. Mediante la Pasión y la Muerte en la Cruz, el Hijo de Dios Encarnado se ha convertido, de manera especialmente radical, en el Hijo del hombre, ha compartido hasta el extremo lo que es la condición de cada uno de los hombres. La Eucaristía, sacramento del Cuerpo y de la Sangre, nos recuerda sobre todo esta muerte, que Cristo sufrió en la Cruz; la recuerda y, en cierto modo, es decir, incruento, renueva su realidad histórica. Lo testifican las palabras pronunciadas en el Cenáculo separadamente sobre el pan y sobre el vino, las palabras que, en la institución de Cristo, realizan el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre; el sacramento de la muerte, que fue sacrificio expiatorio. El sacramento de la muerte, en el que se expresa toda la potencia del amor. El sacramento de la muerte, que consistió en dar la vida para reconquistar la plenitud de la vida.
 
"Manduca vitam, bibe vitam: habebis vitam, et integra est vita: Come la vida, bebe la vida: tendrás la vida, y es la vida total" (San Agustín, Sermones ad populum, Series I, Sermo CXXXI, I, 1). 
 
Por medio de este sacramento se anuncia continuamente en la historia del hombre, la muerte que da la vida (cf. 1 Cor 11, 26). Se realiza continuamente en ese signo sencillísimo, que es el signo del pan y del vino. Dios en Él está presente y cercano al hombre con esa cercanía penetrante de su muerte en la Cruz, de la que ha brotado la potencia de la Resurrección. El hombre, mediante la Eucaristía, se hace partícipe de esta potencia.
 
3. La Eucaristía es el sacramento de la comunión. Cristo se da a Sí mismo a cada uno de nosotros, que lo recibimos bajo las especies eucarísticas. Se da a Sí mismo a cada uno de nosotros que comemos el manjar eucarístico y bebemos la bebida eucarística. Este comer es signo de la comunión. Es signo de la unión espiritual, en la que el hombre recibe a Cristo, se le ofrece la participación en su Espíritu, encuentra de nuevo en Él particularmente íntima la relación con el Padre: siente particularmente cercano el acceso a Él.
 
Dice un gran poeta (Mickiewocz, Coloquios vespertinos):  "Hablo contigo, que reinas en el ciclo y, que al mismo tiempo eres huésped en la casa de mí espíritu... ¡Hablo contigo!, me faltan palabras para Ti; tu pensamiento escucha cada uno de mis pensamientos; reinas lejos y sirves en cercanía, Rey en los cielos y en mi corazón sobre la cruz..." 

Nos acercamos a la comunión eucarística, recitando antes el "Padrenuestro". La comunión es un vínculo bilateral. Nos conviene decir, pues, que no sólo recibimos a Cristo, no sólo lo recibe cada uno de nosotros en este signo eucarístico, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Por así decirlo, Él acepta siempre en este sacramento al hombre, lo hace su amigo, tal como dijo en el Cenáculo: "Vosotros sois mis amigos" (Jn 15, 14). Esta acogida y la aceptación del hombre por parte de Cristo es un beneficio inaudito. El hombre siente muy profundamente el deseo de ser aceptado. Toda la vida del hombre tiende en esta dirección, para ser acogido y aceptado por Dios; y la Eucaristía expresa esto sacramentalmente. Sin embargo, el hombre debe, como dice San Pablo, "examinarse a sí mismo" (cf. 1 Cor 11, 28), de si es digno de ser aceptado por Cristo. La Eucaristía es, en cierto sentido, un desafío constante para que el hombre trate de ser aceptado, para que adapte su conciencia a las exigencias de la santísima amistad divina.
 
4. Deseamos expresar en el marco de esta solemnidad de hoy, como también el próximo domingo y todos los días, esta veneración y amor particular, público, con que rodeamos siempre al Santísimo Sacramento. Permitid que, en este momento, mis pensamientos vuelvan, una vez más, a Polonia, de donde he regresado hace unos días. Han sido jornadas de una particular peregrinación a la tierra en que he nacido y he sido educado, entre los hombres a los que no dejo de estar ligado con los vínculos más profundos de la fe, esperanza y caridad. Deseo, una vez más, dar las gracias cordialísimamente a todos mis compatriotas. Doy las gracias a las autoridades estatales; a mis hermanos en el Episcopado; a todos.
 
Pues bien, precisamente allí, en mi tierra natal, he aprendido la ferviente veneración y amor a la Eucaristía. Allí he aprendido el culto al Cuerpo del Señor. En la fiesta del Corpus Domini se tienen, desde hace siglos, las procesiones eucarísticas, en las que mis compatriotas trataban de expresar comunitaria y públicamente lo que representa la Eucaristía para ellos. Y también lo hacen hoy. Me uno, pues, espiritualmente a ellos, mientras por vez primera tengo la alegría de celebrar la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo aquí, en la Ciudad Eterna, en la que Pedro, de generación en generación, responde en cierto modo a Cristo: "Señor..., Tú sabes que te amo... Señor, Tú sabes que te amo" (Jn 21, 15-17). La Eucaristía es, en cierto modo, el punto culminante de esta respuesta. Quiero repetirla junto con toda la Iglesia a Aquel que ha manifestado su Amor por medio del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, permaneciendo con nosotros "hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20).

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO 

Procesión del Corpus Christi en el siglo XIX (Museo del Prado).

El jueves siguiente a la solemnidad de la santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta, extendida en 1269 por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del altar.

La piedad popular favoreció el proceso que instituyó la fiesta del Corpus Christi; a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios.

Durante siglos, la celebración del Corpus Christi fue el principal punto de confluencia de la piedad popular a la Eucaristía. En los siglos XVI-XVII, la fe, reavivada por la necesidad de responder a las negaciones del movimiento protestante, y la cultura – arte, literatura, folclore – han contribuido a dar vida a muchas y significativas expresiones de la piedad popular para con el misterio de la Eucaristía. (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, año 2002, punto 160)

La devoción eucarística, tan arraigada en el pueblo cristiano, debe ser educada para que capte dos realidades de fondo:

- que el punto de referencia supremo de la piedad eucarística es la Pascua del Señor; la Pascua, según la visión de los Padres, es la fiesta de la Eucaristía, como, por otra parte, la Eucaristía es ante todo celebración de la Pascua, es decir, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús;

- que toda forma de devoción eucarística tiene una relación esencial con el Sacrificio eucarístico, ya porque dispone a su celebración, ya porque prolonga las actitudes cultuales y existenciales suscitadas por ella.

A causa precisamente de esto, el Rituale Romanum advierte: "Los fieles, cuando veneran a Cristo, presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia deriva del Sacrificio y tiende a la comunión, sacramental y espiritual". (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, año 2002, punto 161)

La procesión de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es, por así decir, la "forma tipo" de las procesiones eucarísticas. Prolonga la celebración de la Eucaristía: inmediatamente después de la Misa, la Hostia que ha sido consagrada en dicha Misa se conduce fuera de la iglesia para que el pueblo cristiano "dé un testimonio público de fe y de veneración al Santísimo Sacramento".

Los fieles comprenden y aman los valores que contiene la procesión del Corpus Christi: se sienten "Pueblo de Dios" que camina con su Señor, proclamando la fe en Él, que se ha hecho verdaderamente el "Dios con nosotros".

Con todo, es necesario que en las procesiones eucarísticas se observen las normas que regulan su desarrollo, en particular las que garantizan la dignidad y la reverencia debidas al santísimo Sacramento; y también es necesario que los elementos típicos de la piedad popular, como el adorno de las calles y de las ventanas, la ofrenda de flores, los altares donde se colocará el Santísimo en las estaciones del recorrido, los cantos y las oraciones "muevan a todos a manifestar su fe en Cristo, atendiendo únicamente a la alabanza del Señor", y ajenos a toda forma de emulación. (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, año 2002, punto 162)

Las procesiones eucarísticas concluyen, normalmente, con la bendición del santísimo Sacramento. En el caso concreto de la procesión del Corpus Christi, la bendición constituye la conclusión solemne de toda la celebración: en lugar de la bendición sacerdotal acostumbrada, se imparte la bendición con el santísimo Sacramento.

Es importante que los fieles comprendan que la bendición con el santísimo Sacramento no es una forma de piedad eucarística aislada, sino el momento conclusivo de un encuentro cultual suficientemente amplio. Por eso, la normativa litúrgica prohíbe "la exposición realizada únicamente para impartir la bendición". (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, año 2002, punto 163)

La adoración del santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles.

Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor y a la reserva de las sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas. La reserva de las Especies sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

De hecho, "la fe en la presencia real del Señor conduce de un modo natural a la manifestación externa y pública de esta misma fe (...) La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo. Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre". (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, año 2002, punto 164)

La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:

- la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa;

- adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;

- la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del Año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los Santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención. (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, año 2002, punto 165)

LETANÍAS AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS  

 

"...El mes de junio está dedicado, de modo especial, a la veneración del Corazón divino. No sólo un día, la fiesta litúrgica que, de ordinario, cae en junio, sino todos los días. Con esto se vincula la devota práctica de rezar o cantar cotidianamente las letanías al Sacratísimo Corazón de Jesús...." (Juan Pablo II).

"...Las letanías del Corazón de Jesús se inspiran abundantemente en las fuentes bíblicas y, al mismo tiempo, reflejan las experiencias más profundas de los corazones humanos. Son, a la vez, oración de veneración y de diálogo auténtico. Hablamos en ellas del corazón y, al mismo tiempo, dejamos a los corazones hablar con este único Corazón, que es "fuente de vida y de santidad" . Del Corazón que es "paciente y lleno de misericordia" y "generoso para todos los que le invocan...". (Juan Pablo II).

 
V Señor, ten misericordia de nosotros
R. Señor, ten misericordia de nosotros
V. Cristo, ten misericordia de nosotros
R. Cristo, ten misericordia de nosotros
V. Señor, ten misericordia de nosotros
R. Señor, ten misericordia de nosotros
V. Cristo, óyenos
R. Cristo, óyenos
V. Cristo, escúchanos
R. Cristo, escúchanos
V. Dios, Padre celestial
R. Ten misericordia de nosotros
V. Dios Hijo Redentor del mundo
R. Ten misericordia de nosotros
V. Dios Espíritu Santo
R. Ten misericordia de nosotros
V. Trinidad Santa, un solo Dios
R. Ten misericordia de nosotros

(A las siguientes invocaciones se responde: "TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS")

Corazón de Jesús, Hijo del Eterno Padre, ...
Corazón de Jesús, Formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen ...
Corazón de Jesús, Unido sustancialmente al Verbo de Dios, ...
Corazón de Jesús, Templo Santo de Dios, ...
Corazón de Jesús, Tabernáculo del Altísimo, ...
Corazón de Jesús, Casa de Dios y Puerta del Cielo, ...
Corazón de Jesús, Horno Ardiente de Caridad, ...
Corazón de Jesús, Santuario de Justicia y de Amor, ...
Corazón de Jesús, Lleno de Bondad y de Amor, ...
Corazón de Jesús, Abismo de todas las virtudes,..
Corazón de Jesús, Dignísimo de toda alabanza,...
Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones,...
Corazón de Jesús, en Quien se hallan todos los tesoros de la sabiduría...
Corazón de Jesús, en Quien reside toda la plenitud de la Divinidad,...
Corazón de Jesús, en Quien el Padre halló sus complacencias,...
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido, ...
Corazón de Jesús, Deseo de los eternos collados, ...
Corazón de Jesús, Paciente y lleno de misericordia, ...
Corazón de Jesús, Generoso para todos los que te invocan,...
Corazón de Jesús, Fuente de vida y santidad,...
Corazón de Jesús, Propiciación por nuestros pecados,...
Corazón de Jesús, Saciado de oprobios,...
Corazón de Jesús, Hecho Obediente hasta la muerte, ...
Corazón de Jesús, Traspasado por una lanza,...
Corazón de Jesús, Fuente de todo consuelo,...
Corazón de Jesús, Vida y resurrección nuestra,...
Corazón de Jesús, Paz y reconciliación nuestra,...
Corazón de Jesús, Víctima por los pecadores, ...
Corazón de Jesús, Salvación de los que en ti esperan,...
Corazón de Jesús, Esperanza de los que en ti mueren, ...
Corazón de Jesús, Delicia de todos los Santos,...

Cordero de Dios,  que quitas el pecado del mundo,
- Perdónanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
- Escúchanos Señor.
Jesús Manso y Humilde de Corazón,
- Haz nuestro corazón semejante al Tuyo.

 

Oh Dios Todopoderoso y Eterno, mira el Corazón de tu amantísimo Hijo, las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te ofrece y concede el perdón a quienes te piden misericordia en el nombre de tu mismo Hijo, Jesucristo, el cual vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

Bone pastor, panis vere, Iesu, nostri miserere...

 Buen pastor, pan verdadero,
o Jesús, piedad de nosotros:
nútrenos y defiéndenos,
llévanos a los bienes eternos
en la tierra de los vivos.

Tú que todo lo sabes y puedes,
que nos alimentas en la tierra,
conduce a tus hermanos
a la mesa del cielo
a la alegría de tus santos.

(Santo Tomás de Aquino, teólogo y cantor apasionado de Cristo Eucarístico)

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