SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

 

 

 

 

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

La Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús se celebra el viernes siguiente al Segundo Domingo de Pentecostés.

 

EL CORAZÓN DE CRISTO, PAZ DE LOS CRISTIANOS

Evangelio según San Mateo 5,13-18.

Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
 

 

El Corazón de Cristo encierra un mensaje para todo hombre

Celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el Corazón que hace dos mil años comenzó a latir en el seno de María Santísima y que trajo al mundo el fuego del amor de Dios.

El Corazón de Cristo encierra un mensaje para todo hombre; habla también al mundo de hoy. En una sociedad, en la que la técnica y la informática se desarrollan a un ritmo creciente y la gente se siente atraída por una infinidad de intereses, a menudo contrastantes, el hombre corre el riesgo de perder su centro, el centro de sí mismo. Al mostrarnos su Corazón, Jesús nos recuerda ante todo que allí, en la intimidad de la persona, es donde se decide el destino de
cada uno, la muerte o la vida en sentido definitivo. Él mismo nos da en abundancia la vida, que permite a nuestro corazón, endurecido a veces por la indiferencia y el egoísmo, abrirse a una forma de vida más elevada.

El Corazón de Cristo crucificado y resucitado es la fuente inagotable de gracia donde todo hombre puede encontrar siempre, y particularmente durante este año especial del gran jubileo, amor, verdad y misericordia.


2. La Sangre de Cristo nos ha redimido. Esta es la verdad que proclamamos precisamente ayer, al inicio del mes de julio, dedicado tradicionalmente a la preciosísima Sangre de Cristo, con ocasión del jubileo de la Unión Sanguis Christi.

¡Cuánta sangre se ha derramado injustamente en el mundo! ¡Cuánta violencia, cuánto desprecio por la vida humana!


Esta humanidad, a menudo herida por el odio y la violencia, necesita experimentar, hoy más que nunca, la eficacia de la Sangre redentora de Cristo. La Sangre que no fue derramada en vano, sino que contiene en sí toda la fuerza del Amor de Dios y es prenda de esperanza, de rescate y de reconciliación. Pero, para sacar de esta fuente, es necesario volver a la Cruz de Cristo, fijar la mirada en el Hijo de Dios, en su Corazón traspasado, en su Sangre derramada.

3. Al pie de la Cruz estaba María, co-partícipe de la Pasión de su Hijo. Ella ofrece su Corazón de Madre como refugio a todo el que busca perdón, esperanza y paz, como nos lo ha recordado la fiesta de su Corazón Inmaculado. María enjugó la Sangre de su Hijo crucificado. A Ella le encomendamos la sangre de las víctimas de la violencia, para que sea rescatada por la que Jesús derramó para la salvación del mundo.
 
  Juan Pablo II. Ángelus Domingo 2 de julio de 2000

 

  

 

CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN

Santa Margarita María Alacoque

Me entrego y consagro al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, mi persona y vida, acciones, penas y sufrimientos para que utilice mi cuerpo solamente para honrar, amar y glorificar al Sagrado Corazón.

Este es mi propósito definitivo, único, ser todo de Él, y hacer todo por amor a Él, y al mismo tiempo renunciar con todo mi corazón cualquier cosa que no le complace, además tomarte, Oh Sagrado Corazón, para que seas el único objeto de mi amor, el guardián de mi vida, mi seguro de salvación, el remedio para mis debilidades e inconstancia, la solución a los errores de mi vida y mi refugio seguro a la hora de la muerte.

Sé pues, Oh Corazón de Bondad, mi Intercesor ante Dios Padre. Oh Corazón de Amor, pongo toda mi confianza en Ti, temo mis debilidades y fallas, pero tengo esperanza en tu Divinidad y Bondad.

Quita de mí todo lo que esta mal y todo lo que provoque que no haga tu santa Voluntad, permite a tu Amor puro a que se imprima en lo más profundo de mi corazón, para que yo no me olvide ni separe de Ti.

Que yo obtenga de tu amada bondad la gracia de tener mi nombre escrito en tu Corazón, para depositar en Ti toda mi felicidad y gloria, vivir y morir en bondad tuya. Amen.

 

 

 

ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN
 
Juan Pablo II (*)
 

Señor Jesucristo, Redentor del género humano, nos dirigimos a tu Sacratísimo Corazón con humildad y confianza, con reverencia y esperanza, con profundo deseo de darte gloria, honor y alabanza.

Señor Jesucristo, Salvador del mundo, te damos las gracias por todo lo que Tú eres y todo lo que Tú haces por la pequeña grey y los doce millones de personas que viven en esta archidiócesis de Delhi, que abarca también a los que han sido confiados para la administración de esta nación.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios Vivo, te alabamos por el amor que has revelado a través de tu Sagrado Corazón, que fue traspasado por nosotros y ha llegado a ser fuente de nuestra alegría, manantial de nuestra vida eterna.

Reunidos juntos en tu Nombre, que está por encima de cualquier otro nombre, nos consagramos a tu Sacratísimo Corazón, en el cual habita la plenitud de la verdad y la caridad.

Al consagrarnos a Ti renovamos nuestro ferviente deseo de corresponder con amor a la rica efusión de tu misericordioso y pleno amor.

Señor Jesucristo, Rey de amor y Príncipe de la paz, reina en nuestros corazones y en nuestros hogares. Vence todos los poderes del maligno y llévanos a participar en la victoria de tu Sagrado Corazón. ¡Que todos proclamemos y demos gloria a Ti, al Padre y al Espíritu Santo, único Dios que vive y reina por los siglos de los siglos! Amén.

(*) Catedral del Sagrado Corazón de Delhi, 1 de febrero de 1986

 

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

 ALABAR Y GLORIFICAR AL SAGRADO CORAZÓN

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. «Damos gloria a tu Corazón, Jesús nuestro, oh Jesús...».

Doy gracias a la divina Providencia por poder estar con vosotros para alabar y glorificar al Sacratísimo Corazón de Jesús, en el que se ha manifestado del modo más pleno el amor paterno de Dios. Me alegra que se mantenga viva siempre en Polonia la buena costumbre de rezar o cantar todos los días del mes de junio las letanías del Sagrado Corazón.

2. «Corazón de Jesús, fuente de vida y santidad, ten misericordia de nosotros».

Así lo invocamos en las letanías. Todo lo que Dios quería decirnos de sí mismo y de su amor, lo depositó en el Corazón de Jesús y lo expresó mediante este Corazón. Nos encontramos frente a un misterio inescrutable. A través del Corazón de Jesús leemos el eterno plan divino de la salvación del mundo. Y se trata de un proyecto de amor. Las letanías que hemos cantado contienen de modo admirable toda esta verdad.

Hoy hemos venido aquí para contemplar el amor del Señor Jesús, su bondad, que se compadece de todo hombre; para contemplar su Corazón Ardiente de Amor por el Padre, en la plenitud del Espíritu Santo. Cristo nos ama y nos muestra su Corazón como fuente de vida y santidad, como fuente de nuestra redención. Para comprender de modo más profundo esta invocación, tal vez es preciso volver al encuentro de Jesús con la samaritana, en la pequeña localidad de Sicar, junto al pozo, que se encontraba allí desde los tiempos del patriarca Jacob. Había acudido para sacar agua. Entonces Jesús le dijo: «Dame de beber»; ella le replicó: «¿cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». El evangelista añade que los judíos no se trataban con los samaritanos. Jesús, entonces, le dijo: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice 'dame de beber' tú le habrías pedido a Él, y Él te habría dado agua viva (...); el agua que Yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4, 1-14). Palabras misteriosas.

Jesús es la fuente; de Él brota la vida divina en el hombre. Sólo hace falta acercarse a Él, permanecer en Él, para tener esa vida. Y esa vida no es más que el inicio de la santidad del hombre, la santidad de Dios, que el hombre puede alcanzar con la ayuda de la gracia. Todos anhelamos beber del Corazón divino, que es fuente de vida y santidad.

3. «Dichosos los que respetan el derecho y practican siempre la justicia» (Sal 106, 3).

Queridos hermanos y hermanas, la meditación del amor de Dios, que se nos ha revelado en el Corazón de su Hijo, exige del hombre una respuesta coherente. No sólo hemos sido llamados a contemplar el misterio del Amor de Cristo, sino también a participar en él. Cristo dice: «Si me amáis, cumpliréis mis mandamientos» (Jn 14, 15). Así, al mismo tiempo que nos dirige una gran llamada, nos pone una condición: si quieres amarme, cumple mis mandamientos, cumple la santa ley de Dios, sigue el camino que Dios te ha señalado y que yo te he indicado con el ejemplo de mi vida.

La voluntad de Dios es que cumplamos sus mandamientos, es decir, la ley que dio en el monte Sinaí a Israel por medio de Moisés. La dio a todos los hombres. Conocemos esos mandamientos. Muchos de vosotros los repetís cada día en la oración. Es una devoción muy hermosa. Repitámoslos, tal como están escritos en el libro del Éxodo, para confirmar y renovar lo que recordamos:

«Yo soy el Señor, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre.
No tendrás otros dioses delante de mí.
No tomarás en falso el nombre del Señor, tu Dios.
Recuerda el día del sábado para santificarlo.
Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que te va a dar el Señor, tu Dios.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No darás testimonio falso contra tu prójimo.
No codiciarás la casa de tu prójimo.
No codiciarás la mujer de tu prójimo»
(cf. Ex 20, 2-17).

El fundamento de la moral que dio el Creador al hombre es el Decálogo, las diez palabras de Dios pronunciadas con firmeza en el Sinaí y confirmadas por Cristo en el sermón de la Montaña, en el marco de las bienaventuranzas. El Creador, que es al mismo tiempo el Supremo Legislador, ha inscrito en el corazón del hombre todo el orden de la verdad. Ese orden condiciona el bien y el orden moral, y constituye la base de la dignidad del hombre creado a imagen y semejanza de Dios.

Los mandamientos fueron dados para el bien del hombre, para su bien personal, familiar y social. Para el hombre son realmente el camino. El mero orden natural no basta. Es necesario completarlo y enriquecerlo con el orden sobrenatural. Gracias a él, la vida cobra nuevo sentido y el hombre se hace mejor. En efecto, la vida necesita fuerzas y valores divinos, sobrenaturales: sólo entonces adquiere pleno esplendor.

Cristo confirmó esa ley de la antigua Alianza. En el sermón de la Montaña lo dijo con claridad a los que lo escuchaban: «No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5, 17). Cristo vino para dar cumplimiento a la ley, ante todo para colmarla de contenido y de significado, y para mostrar así su pleno sentido y toda su profundidad: la ley es perfecta cuando está impregnada del Amor de Dios y del prójimo. Del amor depende la perfección moral del hombre, su semejanza con Dios. «El que acoge mis mandamientos y los cumple -dice Cristo-, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 21). Esta ceremonia litúrgica, dedicada al Sacratísimo Corazón de Jesús, nos recuerda ese amor de Dios, anhelado intensamente por el hombre, y nos señala que la respuesta concreta a ese amor es cumplir en la vida diaria los mandamientos de Dios. Dios ha querido que esos mandamientos no se borren de nuestra memoria, sino que permanezcan bien grabados para siempre en la conciencia del hombre, a fin de que, conociéndolos y cumpliéndolos, «tenga la vida eterna».

4. «Dichosos los que respetan el derecho».

El salmista define así a los que caminan por la senda de los mandamientos y los cumplen hasta el fin (cf. Sal 119, 32-33). En efecto, el cumplimiento de la ley de Dios es la condición para obtener el don de la vida eterna, o sea, la felicidad que nunca termina. A la pregunta del joven rico: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?» (Mt 19, 16), Jesús responde: «Si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos» (Mt 19, 17). Esta invitación de Cristo es particularmente actual en la realidad de hoy, en la que muchos viven como si Dios no existiera. La tentación de organizar el mundo y la propia vida sin Dios, o contra Dios, sin sus mandamientos y sin el Evangelio, existe y se cierne también sobre nosotros. Y la vida humana y el mundo construidos sin Dios, al final se volverán contra el hombre. Hemos visto numerosas pruebas de esta verdad en el siglo XX, que está a punto de concluir. Transgredir los mandamientos divinos, abandonar el camino trazado por Dios, significa caer en la esclavitud del pecado y «el salario del pecado es la muerte» (Rm 6, 23).

Nos encontramos frente a la realidad del pecado. Es una ofensa a Dios, una desobediencia a Dios, a su ley, a la norma moral que Dios dio al hombre, inscribiéndola en su corazón, confirmándola y perfeccionándola mediante la Revelación. El pecado se opone al amor de Dios hacia nosotros y aleja de Él nuestro corazón. El pecado es «el amor de sí llevado hasta el desprecio de Dios», como dice san Agustín (De civitate Dei, 14, 28). El pecado es un gran mal, en sus múltiples dimensiones: comenzando por el original, pasando por todos los pecados personales de cada hombre, hasta los pecados sociales, los pecados que gravan sobre la historia de la humanidad entera.

Debemos ser siempre conscientes de ese gran mal; debemos tener siempre una fina sensibilidad, para reconocer claramente la semilla de muerte que entraña el pecado. Aquí se trata de lo que se suele llamar el sentido del pecado. Tiene su fuente en la conciencia moral del hombre y está vinculado con el conocimiento de Dios, con el sentido de la unión con el Creador, Señor y Padre. Cuanto más profunda es esta conciencia de la unión con Dios, fortalecida por la vida sacramental del hombre y por la oración sincera, tanto más claro es el sentido del pecado. La realidad de Dios esclarece e ilumina el misterio del hombre. Hagamos todo lo posible para que nuestra conciencia sea sensible y para protegerla contra la deformación o la insensibilidad.

Veamos las grandes tareas que Dios nos encomienda. Debemos formar en nosotros un verdadero hombre a imagen y semejanza de Dios. Un hombre que ame la ley de Dios y quiera vivir según ella. El salmista, que exclama: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado» (Sal 50, 3), ¿no es para nosotros un ejemplo conmovedor de hombre que se presenta ante Dios arrepentido? Quiere la metánoia de su corazón, para llegar a ser criatura nueva, diversa, transformada por el poder de Dios.

Tenemos el ejemplo de San Adalberto. Sentimos aquí su presencia, porque en esta tierra dio su vida por Cristo. Desde hace mil años nos dice, con el testimonio de su martirio, que la santidad se consigue mediante el sacrificio, que aquí no hay lugar para componendas, que es preciso ser fieles hasta el final y que es necesario tener valentía para proteger la imagen de Dios en la propia alma, hasta el sacrificio supremo. Su martirio es una exhortación a los hombres para que, muriendo al mal y al pecado, dejen que nazca en ellos un hombre nuevo, un hombre de Dios, que cumpla los mandamientos del Señor.

5. Queridos hermanos y hermanas, contemplemos al Sagrado Corazón de Jesús, que es fuente de vida, pues por medio de él se ha logrado la victoria sobre la muerte. También es fuente de santidad, pues en él ha quedado derrotado el pecado, que es el enemigo de la santidad, el enemigo del progreso espiritual del hombre. Del Corazón del Señor Jesús deriva la santidad de cada uno de nosotros. Aprendamos de ese Corazón el amor a Dios y la comprensión del misterio del pecado, mysterium iniquitatis.

Hagamos actos de reparación al Corazón divino por los pecados cometidos por nosotros y por nuestro prójimo. Reparemos por el rechazo de la bondad y del amor de Dios.

Acerquémonos diariamente a esta fuente, de la que brotan manantiales de agua viva. Pidamos, como la samaritana: «Dame de esa agua», pues da la vida eterna.

Corazón de Jesús, hoguera ardiente de caridad.
Corazón de Jesús, fuente de vida y santidad.
Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados, ten misericordia de nosotros. Amén.

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LAS 12 PROMESAS DE NUESTRO SEÑOR

 Nuestro Señor a Santa Margarita María de Alacoque (*)

1) Les daré todas las gracias necesarias para su estado.
2) Pondré paz en sus familias.
3) Los consolaré en todas sus penas.
4) Seré su refugio seguro durante la vida y sobre todo en la hora de la muerte.
5) Derramaré abundantes bendiciones sobre todas sus empresas.
6) Los pecadores encontrarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia.
7) Las almas tibias se volverán fervorosas.
8) Las almas fervorosas se elevarán a gran perfección.
9) Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón sea expuesta y honrada.
10) Daré a los sacerdotes el don de tocar los corazones más endurecidos.
11) Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón, y jamás será borrado de Él.
12) Yo prometo, en el exceso de la misericordia de mi Corazón, que mi amor omnipotente concederá a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final. No morirán en mi desgracia, ni sin recibir los Sacramentos, y mi Corazón será su refugio seguro en aquella última hora.

 

(*) El 16 de junio de 1675 se le apareció Nuestro Señor y le mostró su Corazón a Santa Margarita María de Alacoque (religiosa en un Convento de Paray-le-Monial (Francia). Su Corazón estaba rodeado de llamas de amor, coronado de espinas, con una herida abierta de la cual brotaba sangre y, del interior de su corazón, salía una cruz.  Santa Margarita  escuchó a Nuestro Señor decir: "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor." Con estas palabras Nuestro Señor mismo nos dice en qué consiste la devoción a su Sagrado Corazón. La devoción en sí está dirigida a la persona de Nuestro Señor Jesucristo y a su amor no correspondido, representado por su Corazón. Los actos esenciales de esta devoción son: amor y reparación. Amor, por lo mucho que Él nos ama. Reparación y desagravio, por las muchas injurias que recibe sobre todo en la Sagrada Eucaristía.

LETANÍAS AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS  

 

"...Las letanías del Corazón de Jesús se inspiran abundantemente en las fuentes bíblicas y, al mismo tiempo, reflejan las experiencias más profundas de los corazones humanos. Son, a la vez, oración de veneración y de diálogo auténtico. Hablamos en ellas del corazón y, al mismo tiempo, dejamos a los corazones hablar con este único Corazón, que es "fuente de vida y de santidad" . Del Corazón que es "paciente y lleno de misericordia" y "generoso para todos los que le invocan...". (Juan Pablo II).

 

 

V Señor, ten misericordia de nosotros
R. Señor, ten misericordia de nosotros
V. Cristo, ten misericordia de nosotros
R. Cristo, ten misericordia de nosotros
V. Señor, ten misericordia de nosotros
R. Señor, ten misericordia de nosotros
V. Cristo, óyenos
R. Cristo, óyenos
V. Cristo, escúchanos
R. Cristo, escúchanos
V. Dios, Padre celestial
R. Ten misericordia de nosotros
V. Dios Hijo Redentor del mundo
R. Ten misericordia de nosotros
V. Dios Espíritu Santo
R. Ten misericordia de nosotros
V. Trinidad Santa, un solo Dios
R. Ten misericordia de nosotros

(A las siguientes invocaciones se responde: "TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS")

Corazón de Jesús, Hijo del Eterno Padre, ...
Corazón de Jesús, Formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre, ...
Corazón de Jesús, Unido sustancialmente al Verbo de Dios, ...
Corazón de Jesús, Templo Santo de Dios, ...
Corazón de Jesús, Tabernáculo del Altísimo, ...
Corazón de Jesús, Casa de Dios y Puerta del Cielo, ...
Corazón de Jesús, Horno Ardiente de Caridad, ...
Corazón de Jesús, Santuario de Justicia y de Amor, ...
Corazón de Jesús, Lleno de Bondad y de Amor, ...
Corazón de Jesús, Abismo de todas las virtudes,..
Corazón de Jesús, Dignísimo de toda alabanza,...
Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones,...
Corazón de Jesús, en Quien se hallan todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia,...
Corazón de Jesús, en Quien reside toda la plenitud de la Divinidad,...
Corazón de Jesús, en Quien el Padre halló sus complacencias,...
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido, ...
Corazón de Jesús, Deseo de los eternos collados, ...
Corazón de Jesús, Paciente y lleno de Misericordia, ...
Corazón de Jesús, Generoso para todos los que te invocan,...
Corazón de Jesús, Fuente de vida y santidad,...
Corazón de Jesús, Propiciación por nuestros pecados,...
Corazón de Jesús, Saciado de oprobios,...
Corazón de Jesús, Hecho Obediente hasta la muerte, ...
Corazón de Jesús, Traspasado por una lanza,...
Corazón de Jesús, Fuente de todo consuelo,...
Corazón de Jesús, Vida y resurrección nuestra,...
Corazón de Jesús, Paz y reconciliación nuestra,...
Corazón de Jesús, Víctima por los pecadores, ...
Corazón de Jesús, Salvación de los que en Ti esperan,...
Corazón de Jesús, Esperanza de los que en Ti mueren, ...
Corazón de Jesús, Delicia de todos los Santos,...

Cordero de Dios,  que quitas el pecado del mundo,
- Perdónanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
- Escúchanos Señor.
Jesús Manso y Humilde de Corazón,
- Haz nuestro corazón semejante al Tuyo.

Oh Dios Todopoderoso y Eterno, mira el Corazón de Tu amantísimo Hijo, las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te ofrece y concede el perdón a quienes te piden misericordia en el nombre de Tu mismo Hijo, Jesucristo, que vive y reina Contigo por los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN


Sobre el Salmo 50 (Miserere)


Sagrado Corazón de Jesús, ten compasión de mí por Tu Misericordia; según la grandeza de tu bondad, borra mi iniquidad

Sagrado Corazón de Jesús, lávame a fondo de mi culpa, límpiame de mi pecado, porque yo reconozco mi maldad, y tengo siempre delante mi delito.

Sagrado Corazón de Jesús, he pecado contra Tí; he obrado lo que es desagradable a tus ojos, de modo que tendrías razón en condenarme.

Sagrado Corazón de Jesús, Tú te complaces en la sinceridad del corazón, y en lo íntimo del mío me haces conocer la sabiduría:  rocíame con tu Sangre Preciosa, y seré limpio; lávame y quedaré más blanco que la nieve.

Sagrado Corazón de Jesús, hazme oír tu palabra de gozo y alegría, y saltarán de felicidad estos huesos quebrantados.

Sagrado Corazón de Jesús, aparta tu Rostro de mis pecados, y borra todas mis culpas.

Sagrado Corazón de Jesús, crea en mi un corazón sencillo, y renueva en mi interior un espíritu recto.

Sagrado Corazón de Jesús, no me rechaces de Tu presencia, y no me quites el espíritu de santidad.

Sagrado Corazón de Jesús, devuélveme la alegría de tu salud; confírmame en un espíritu firme.

Sagrado Corazón de Jesús, enseñaré a los demás los caminos de misericordia y perdón que has usado conmigo, y los pecadores se convertirán a Ti.

Sagrado Corazón de Jesús, abre Tú mis labios, y mi boca publicará tus alabanzas.

Sagrado Corazón de Jesús, los sacrificios no te agradan. Mi sacrificio es el espíritu compungido. Tú no despreciarás un corazón contrito y humillado.

Sagrado Corazón de Jesús, por Tu Misericordia obra benignamente conmigo, aunque no lo merezco; y reconstruye Tú los destrozos que por mis pecados he hecho en mí y en mis hermanos. Amén.
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